Bogotá tiene días en que amanece con cierto aire de melancolía, amanece gris con la lluvia caminando desde las montañas. Mañanas que podrían decirse tristes, pero que al mismo tiempo están llenas de una electrizante sensación, mañanas que asocio con un flamenco, uno de esos desgarradores que sacan lagrimas directamente del corazón.
Bogotá tiene mañanas donde su pobreza es más visible, donde los vendedores en los buses se ven más tristes y desamparados, donde el fenómeno del desplazamiento es más innegable, son esos días en que los noticieros dejan de darte risa y pasan a darte una inmensa ira, días donde la frivolidad duele de manera más profunda.
Son esos días donde el mundo se vuelve más mundo, donde salgo de mi cascaron de felicidad aprendida y piso de nuevo tierra, y es así, porque vivir en el cielo te hace perder la perspectiva, te hace perder el motivo de los pasos dados hacia el futuro, pierdes la brújula de la realidad y la remplazas por la brújula de las emociones, a veces engañosas y desmedidas.
Hay que amar esos días tanto cómo a los soleados y risueños, hay que amarlos porque gracias a ellos recordamos los miedos, esos que nos permiten transitar con más cuidado por las arenas movedizas de las verdades negadas, de la Colombia complicada y enredadora, son esos días con sus mañanas húmedas las que te permiten sintonizar tu corazón con el latir de un país que sufre, que tiene hambre, pero que sobre todo tiene rabia.
Hay días en que se me cruzan las emociones, los climas y las nacionalidades, hay días en que Colombia me sabe al flamenco de mi niñez, días donde me pesa la verdad, donde me duele que a otros no les duela, días que me llenan de motivos para bajar de las nubes y comenzar a cambiar de adentro hacia afuera.
Bogotá tiene mañanas donde su pobreza es más visible, donde los vendedores en los buses se ven más tristes y desamparados, donde el fenómeno del desplazamiento es más innegable, son esos días en que los noticieros dejan de darte risa y pasan a darte una inmensa ira, días donde la frivolidad duele de manera más profunda.
Son esos días donde el mundo se vuelve más mundo, donde salgo de mi cascaron de felicidad aprendida y piso de nuevo tierra, y es así, porque vivir en el cielo te hace perder la perspectiva, te hace perder el motivo de los pasos dados hacia el futuro, pierdes la brújula de la realidad y la remplazas por la brújula de las emociones, a veces engañosas y desmedidas.
Hay que amar esos días tanto cómo a los soleados y risueños, hay que amarlos porque gracias a ellos recordamos los miedos, esos que nos permiten transitar con más cuidado por las arenas movedizas de las verdades negadas, de la Colombia complicada y enredadora, son esos días con sus mañanas húmedas las que te permiten sintonizar tu corazón con el latir de un país que sufre, que tiene hambre, pero que sobre todo tiene rabia.
Hay días en que se me cruzan las emociones, los climas y las nacionalidades, hay días en que Colombia me sabe al flamenco de mi niñez, días donde me pesa la verdad, donde me duele que a otros no les duela, días que me llenan de motivos para bajar de las nubes y comenzar a cambiar de adentro hacia afuera.
1 comentario:
Me gusta...como en facebook ...jeje
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